La historia de la joyería mexicana comienza con las tribus indígenas que vivían en América Central y América del Sur, antes de la colonización europea. Estas tribus, la tolteca, mixteca, zapoteca, maya y azteca, eran conocidos por adornar sus cuerpos ricamente con pinturas, tatuajes, joyas y plumas. La evidencia arqueológica muestra que los aztecas usaban joyas de jade finamente tallada. Varias joyas fueron encontradas en tumbas de la tribu mixteca, incluyendo colgantes de oro, turquesa, orejeras de cuarzo, y piezas con motivos de animales. Los tapones para los oídos, colgantes y pulseras Maya preferentemente hechas de jade. Se piensa que la joyería Maya tenía alguna función religiosa, ya que se utilizaba en muchos ritos funerarios.
El oro era abundante en México y en toda América del Sur, lo que atrajo a muchos exploradores españoles a la región, muchas tribus hacían sus joyas de oro antes de la ocupación española. Todos estos trabajos en metal comenzaron en las montañas de los Andes y se extendía hasta el norte de México. Los arqueólogos han encontrado muchas piezas de oro con intrincados diseños y temas religiosos, Los primeros indicios de toda esta orfebrería y joyería se sitúa en los Andes septentrionales: Colombia y Ecuador en torno al 1200 a.C., también en Perú y norte de Chile se han encontrado evidencias de fundición de metales hacia el año 1000 a.C., mientras que en Mesoamérica se sitúa en el 900 a.C. Los metales elegidos para estos fines son el oro, la plata, el platino, el cobre y el estaño; las aleaciones más frecuentes son el bronce y la tumbaga: oro y cobre con plata en ciertas ocasiones, ésta, por su bajo punto de fundición, supuso una mejoría en el acabado de los objetos.